El perdón es el mejor regalo que darás en toda tu vida

No hay nada más arcaico, negativo y limitante que un pretexto. Son justificaciones que ponemos para no dar una respuesta de fondo a la motivación de nuestro actuar.

Uno de los primeros pretextos, lo dio Caín, responsable del primer asesinato de la historia, según las Escrituras.  Él tenía envidia, porque Yahvé aceptaba las ofrendas de Abel, su hermano menor.  Entonces, en un arrebato de cólera, lo atacó a muerte.

Luego de esto, Dios se acercó a Caín y lo increpó: “dónde está tu hermano Abel?». Y él respondió: «No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?».” (Gen 4, 9).

Esta actitud es tristemente común.  Nos comportamos de manera indebida, pero -a pesar de ser conscientes del mal realizado- bordeamos la situación, dando largas a su análisis y reconocimiento de su origen.  Somos el pequeño que ha roto el jarrón de la sala con un balonazo, y echa la culpa a la mascota a pesar de dejar evidencia irrefutable del accidente.

Nos importan el “ego” y la seguridad

A veces, pensamos malamente que si descubrimos nuestras intenciones, nuestras malas acciones y mezquinos motivos para actuar, nos desprotegemos. Ocultamos nuestra naturaleza humana que muchas veces es egoísta, envidiosa y ruin.

Aceptar que estamos “mal” exige una toma de conciencia personal y pública que requiere un cambio de comportamiento, y no siempre estamos dispuestos a cambiar.  Resulta entonces mas cómodo escondernos detrás de pretextos.

Pero la luz no se coloca en vasijas

Me gusta mucho una frase de la Biblia que dice: “Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar, ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija (un almud), sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa” (Mt 5, 14-15).

Todos ansiamos la luz, y la buscamos, pues nos da paz y nos permite caminar seguros. La oscuridad o la intención de esconder nuestras fallas y malas acciones demuestra que estamos lejos de la  luz.  Aquello que ilumina se coloca donde extienda sus rayos, de manera que la luz se aproveche.

Y tú y  yo tenemos muchas lámparas escondidas

Los roces que has tenido con esas personas que te importan, las heridas ocasionadas por tus más queridos, se te notan en la piel.  Tú querrías que ésta fuera lisa y perfecta, pero olvidas que la grandeza de la piel no está en su textura ni su forma, sino en la protección que brinda a lo que llevas dentro.

Para ti son cicatrices, pero en realidad son rendijas que -sanadas y resueltas-  permitirán pasar más luz a través tuyo, de manera que te enriquezcas y potencies tu valor y tus relaciones con otros.

El perdón tiene mala fama

Ella había vivido una vida triste, y coleccionaba amargura en el corazón. Se habían enquistado en su recuerdo las rocas que le habían lanzado durante su vida. Se encontraban pegadas a su espalda, y pesaban.  Ella las guardaba porque era lo que sabía hacer, pensaba que tal vez con esa coraza, se cubría, para que no doliera más. Pero el peso era tanto, que le impedía caminar.

Un sabio dijo una vez que el resentimiento es un veneno que te tomas tú, esperando que le haga daño al otro. Pero ella no alcanzaba a ver esta realidad, y estaba tan inclinada, que solamente veía el suelo, situación que la hacía infeliz.

Es que ella también usaba pretextos: “yo respondo agriamente porque tengo el corazón lastimado“, “tengo razón al querer evitar el contacto“, “estoy constantemente molesta porque he sufrido mucho“.

Esta confusión, se unía con la mala fama del perdón, que para muchos es una derrota: perdonar al adversario es renunciar a la justicia, dicen muchos, pero están en un gran error.

El perdón es medicina

Hay muchos estudios que demuestran que las ventajas corporales, físicas de perdonar son amplias, verdaderas y comprobables, pero hoy no nos concentraremos en ese tema, sino en el efecto sanador a nivel espiritual, del perdón.

A continuación, te comparto algunas afirmaciones que se hacen malentendiendo esta acción amorosa: el perdonar, para que te animas a mirar las grandes bendiciones que traerá a tu vida y a la de los tuyos:

“El perdón ignora la injusticia”

Tú no eres responsable del daño que otros decidan hacer, pero sí puedes elegir no perpetuar el daño.  El perdón se consigue con la fe, porque sabes que la situación problemática y desigual, no es la última, porque estás en los brazos amorosos de tu Padre Dios, que siempre te da lo mejor. ¿Y si tu situación no es “la mejor”? Es porque no es el final.

“Si olvido la ofensa, me coloco como tapete para ser pisado

El rencor nos amarga el corazón, no permitamos que esto ocurra, porque nos secará el alma.  Cuando perdonamos, no estamos permitiendo que nos dañen, sino impidiendo que las heridas ya recibidas, nos lastimen más, eligiendo vivir de manera ligera y mas libre.

“Si actúo como si nada hubiera pasado, parezco un perdedor”

En realidad, cuando tú hieres al que te ha ofendido, o mantienes una actitud agria, agrandas el problema, y lo extiendes. No olvides que al pelear con otro, tanto él como tú pierden.  El que gana es el enemigo, el demonio. Ten actitudes nobles, y ganarás -al menos- la paz de tu corazón.

“Si perdono, ¿qué pasa con la culpa del otro?”

Cuando discutes con alguien, miras tu razón y la culpa del otro.  La situación que a tus ojos es injusta, te molesta e inquieta, iniciando la espiral de discusiones y conflicto. La sicóloga mexicana Lupita Venegas, sugiere cambiar esta situación, y darle una vuelta radical: ejercitarte para -ante cualquier conflicto- mirar tu culpa, y esforzarte por entender la razón de la contraparte.

Te contaba la historia de una mujer, que ilusamente, se llenó la espalda de las piedras que lanzaron para atacarla. Su mirada se concentraba solo en el suelo, y la amargaba un poco más cada día. Esta mujer dejaba ir su vida ocupada en el resentimiento y el dolor. Tú y yo somos ella. Animémonos a levantarnos, y a soltar aquello que tanto pesa.

El perdón, si te animas a vivirlo, será el mejor regalo que te darás en toda tu vida.

Fuente: Familias.com